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La voz de las mujeres cuando decimos no, pero nadie escucha
La de la Casa22 de junio de 2025Hay palabras pequeñas que encierran un universo entero. “No” es una de ellas. Dos letras, una sílaba, una barrera que muchas veces no logra detener la avalancha de dudas, excusas, manipulaciones o silencios impuestos. No es no. Pero, ¿por qué seguimos explicándolo?
En más de treinta años escuchando historias —en redacciones, entrevistas, salas de redacción y cafés a media tarde— he aprendido que las mujeres muchas veces decimos no. Lo decimos con palabras, con gestos, con miradas. Pero una y otra vez, ese “no” es interpretado como un “tal vez”, como un “convénceme”, como un “no tan serio”, como un “es que no sabes lo que quieres”. Y ahí comienza la fractura: no solo entre dos personas, sino en la confianza profunda que una mujer tiene en su propia voz.
Este reportaje no es un juicio. Es un espejo.
Sandra, 41 años, recuerda que su primer “no” ignorado no fue en una situación íntima, sino en el trabajo. Un jefe insistente, adulador, que disfrazaba sus intenciones con halagos. “Le dije que no quería tomar un café fuera del horario laboral, que no me sentía cómoda con sus mensajes a deshoras. Pero insistió. Y cuando me molesté, él me dijo que nunca fue acoso, que yo lo malinterpreté”.
Es la vieja estrategia de volver sospechosa la percepción femenina. Como si el malentendido fuera culpa de una sensibilidad excesiva. Como si decir no necesitara traducción.
Lo mismo pasa en muchas relaciones. Cuando ella dice “no quiero hablar de esto ahora”, él escucha “estás exagerando”. Cuando ella dice “no quiero que me hables así”, él responde “así hablas tú también”. El no se disuelve, se relativiza, se cuestiona.
Muchas mujeres cargan después con la culpa. Como si no hubieran sido lo suficientemente claras. Como si hubieran debido gritar más fuerte, llorar más, explicarse mejor. Como si decir no no bastara.
“Me quedé pensando si fui amable. Si lo dije con una sonrisa. Si tal vez fui grosera. Me cuestioné todo”, me dijo Carolina, 28 años, tras rechazar una cita que se tornó agresiva cuando él no supo aceptar su negativa.
¿Y por qué nos pasa esto? Porque nos han enseñado a agradar, a complacer, a no incomodar. Porque muchas veces el “no” de una mujer es visto como una invitación al debate, y no como una decisión. Porque se nos exige ser empáticas, pero rara vez se nos concede el mismo nivel de comprensión.
Aunque el ámbito sexual ha sido el más visibilizado —y con razón—, esta confusión del “no” invade otras áreas de la vida cotidiana. Aceptar favores que no queremos. Participar en planes que no nos entusiasman. Ceder en discusiones por “no armar problema”. Son pequeñas renuncias que, cuando se acumulan, erosionan la identidad.
Hay mujeres que llevan años diciendo no sin ser escuchadas: a una maternidad que no desean, a un trabajo que ya no les apasiona, a una familia que espera que siempre estén disponibles. Decir no, en esos casos, es un acto de valentía. Pero también, de desgaste.
Este reportaje no busca dividir, ni apuntar con el dedo. Al contrario: es una invitación al respeto, a la escucha real, a dejar de interpretar desde los propios deseos y comenzar a respetar los límites ajenos.
A los hombres que lean esto: cuando una mujer dice no, no está jugando. No es una prueba. No es una estrategia. No es una coquetería. Es una palabra completa. Contundente. Y merece ser atendida.
A las mujeres que aún dudan si su no fue válido: lo fue. No necesitas justificarlo. No necesitas explicar tus razones. No estás obligada a convencer a nadie de tu incomodidad. El no es una frase entera.
Hay algo profundamente liberador en aprender a decir no sin culpa. No desde el enojo, sino desde la claridad. No con miedo, sino con firmeza. No es un muro; es un faro.
El no es autocuidado, es amor propio, es autoestima. El no abre espacio para el sí que sí queremos: el sí al respeto, a los vínculos sanos, a la tranquilidad de estar en paz con nuestra voz.
En estos tiempos en que tanto hablamos de empoderamiento femenino, no olvidemos que a veces el poder comienza en lo más simple: sabernos con derecho a decir no, y confiar en que quien nos quiere bien, lo va a entender sin necesitar traducción.
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