La Posada del Sol: el hotel maldito de la colonia Doctores

Entre muros que guardan arte, ruina y silencio, aún resuena la historia del hombre que lo soñó, la niña que nunca salió y las sombras que convirtieron este hotel en una de las leyendas más inquietantes de la Ciudad de México.

Mundo16 de octubre de 2025 Julia Zurita
san francisco de asis posada del sol
La Posada del Sol: el hotel maldito de la colonia Doctores

En el corazón de la colonia Doctores, en la Ciudad de México, se levanta una construcción que parece fuera del tiempo. Dicen que, si te acercas al anochecer, aún se percibe el eco de pasos, el murmullo del viento entre los vitrales rotos y el sonido lejano de una campana que ya no existe. Es la Posada del Sol, un hotel monumental que quiso ser símbolo de lujo, pero terminó convertido en ruina, en mito y en una de las leyendas mexicanas que más nos erizan la piel.

Su historia —mezcla de ambición, tragedia y misterio— forma parte de esas leyendas urbanas que sobreviven generación tras generación, alimentadas por los susurros de quienes aseguran haber visto algo más que piedras antiguas entre sus pasillos.

El sueño que terminó en pesadilla

Sobre la avenida Niños Héroes, número 139, en la colonia Doctores, se levanta una mole arquitectónica que detiene el paso de quien la mira. La Posada del Sol, con su estilo monumental y sus muros cubiertos de enredaderas, es uno de los lugares más enigmáticos de la capital mexicana. Fue construida en la década de 1940 por el ingeniero español Fernando Saldaña Galván, quien soñaba con levantar un hotel de lujo, un espacio único que combinara el arte, la hospitalidad y la belleza.

El proyecto era ambicioso: más de quinientas habitaciones, salones de baile, auditorios, jardines ornamentales, fuentes, esculturas y una capilla adornada con vitrales. Todo enmarcado por detalles artísticos y murales firmados por reconocidos pintores de la época. Saldaña Galván deseaba que aquel lugar fuera un símbolo de prosperidad, una joya arquitectónica en el corazón de la Ciudad de México.

Pero el destino tenía otros planes. La obra se convirtió en una carga económica imposible de sostener. Los inversionistas se retiraron, las deudas crecieron y el esplendor que prometía el edificio se apagó antes de nacer. Apenas unos meses después de su apertura, el hotel cerró sus puertas para nunca más reabrirlas.

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El misterio del arquitecto

De Fernando Saldaña Galván se sabe poco. Era un hombre culto, de ideas visionarias y carácter reservado. Su sueño se derrumbó junto con su fortuna. Las versiones sobre su final son tan variadas como inquietantes. Algunos aseguran que, abrumado por las deudas y el fracaso, se quitó la vida dentro del mismo hotel, colgándose de la campana frente a la estatua de San Francisco de Asís, en el jardín de la capilla. Otros sostienen que, antes del suicidio, habría asesinado a su esposa e hijos, aunque no existe prueba documental que confirme esa versión.

Lo cierto es que su muerte marcó el destino del lugar. Desde entonces, el edificio quedó sumido en el abandono, envuelto en rumores, supersticiones y silencios que alimentaron su leyenda.

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Ecos de una niña entre los pasillos

Años después, parte del inmueble fue utilizado como guardería del Instituto Nacional para el Desarrollo Comunitario y Vivienda Rural. Se cuenta que durante ese periodo, una tragedia sacudió nuevamente a la Posada del Sol: una niña desapareció misteriosamente dentro del edificio y fue hallada sin vida tiempo después. Desde entonces, muchos aseguran que su espíritu vaga por los pasillos, buscando la salida que nunca encontró.

Los visitantes y vecinos relatan que, al recorrer la antigua guardería, se siente una presencia infantil. Algunos dejan dulces, juguetes o flores sobre un pequeño altar improvisado, convencidos de que la niña aún habita allí. En las noches, dicen, pueden escucharse risas suaves o pasos diminutos sobre los pisos de mosaico cubiertos de polvo.

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Un edificio entre la ruina y la belleza

Quien ha tenido la oportunidad de entrar a la Posada del Sol habla de un lugar fascinante y perturbador a la vez. La capilla conserva parte de su estructura original; los vitrales rotos dejan filtrar haces de luz que caen sobre estatuas desgastadas y muros cubiertos de grafitis. En los patios aún pueden verse restos de fuentes, esculturas y jardines secos que alguna vez debieron ser exuberantes.

El aire dentro del edificio es denso. Las paredes transpiran humedad y tiempo. Los techos parecen murmurar historias, como si la construcción entera respirara a su modo, viva, atrapada en su propio silencio. Cada rincón tiene una energía particular: algunos inspiran calma, otros, un miedo difícil de explicar.

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El intento por devolverle la vida

A lo largo de los años, las autoridades de la Ciudad de México han intentado recuperar el inmueble. Primero se habló de convertirlo en sede de oficinas públicas; después, en un centro cultural o FARO, una Fábrica de Artes y Oficios. Más recientemente, se anunció que podría transformarse en un campus de la Universidad del Bienestar Benito Juárez.

Sin embargo, los estudios estructurales han revelado que el deterioro es profundo. El paso del tiempo, la falta de mantenimiento y el saqueo de materiales han dejado su huella. Aun así, hay quienes insisten en rescatar su valor arquitectónico y simbólico, conscientes de que la Posada del Sol no es solo un edificio: es parte de la memoria colectiva de la ciudad, un testimonio de los sueños que alguna vez aspiraron a tocar el cielo.

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El eco de la leyenda

Cada año, en fechas cercanas al Día de Muertos, la Posada del Sol vuelve a ser protagonista de historias contadas en voz baja. Exploradores urbanos, fotógrafos y curiosos se acercan para capturar su misticismo. Algunos aseguran que las luces se encienden solas, que los relojes se detienen al cruzar el vestíbulo, o que una figura femenina se asoma por las ventanas rotas del segundo piso.

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Quizás sea solo el poder de la sugestión, o tal vez, como dicen los más supersticiosos, el espíritu del arquitecto sigue vagando por su obra inconclusa. Sea como sea, la Posada del Sol continúa viva en el imaginario de la Ciudad de México. Es un espejo de lo que somos: un país donde la belleza y la tragedia conviven, donde los muertos nunca se van del todo y donde cada piedra parece guardar una historia que espera ser contada.

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